Las plañideras de Villavieja y unas cuantas más que vinieron de los pueblos vecinos acompañaron en todo momento con jipíos y desgarros guturales un terrible tránsito que dejaba a toda la vecindad sin resuello ni explicación ante su misteriosa desaparición.
En su tumba colocaron una lápida que fue tallada a toda prisa por Carmelo Ruzafa y que por mismísimo encargo del alcalde y dictado del señor cura, grabó la siguiente inscripción sacada del primer Isaías: "Oír, oiréis, pero no entenderéis; mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado".
La ceremonia del entierro se celebró entre sollozos disimulados y lágrimas de cocodrilo, que con una exagerada puesta en escena, propia de la mejor tragedia griega, las mujeres del pueblo, alentadas por aquellas plañideras mercenarias, dieron el mejor espectáculo que hasta el momento jamás se había visto en Villavieja de Alcaida, si no se tenía en cuenta el drama lapidario a la que años atrás fue expuesta la madre de Maruja Casamayor cuando se supo de su alumbramiento a escondidas, fruto de la relación mantenida con el todavía párroco del pueblo, quien supo disculparse acusando a su barragana de ser el mismísimo diablo tentador que so capa de cordero inocente supo arrancarle de sus piadosos votos de castidad perpetua.
Nadie podía dar crédito a lo inusual de aquel entierro que, tras una fingida pátina de lobreguez y amargura, despidió a su convecino sin prueba alguna concluyente en torno a su desaparición.
A partir de entonces los rumores sobre su vida empezaron a correr de boca en boca como fuego que se junta con la estopa. El ingenio para unos, y el diablo que sopla para otros, fueron argumentos de fuerza mayor para inventar una historia increíble acerca de su vida, su muerte y, en algunas mentes, sobre su actual paradero.
(Extracto del cuento "La historia increíble", del libro Cuentos para el Alba).
Fausto Antonio Ramírez
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