jueves, 17 de marzo de 2011

Compañero del alba




 El acceso a la información forma parte de la rutina de cualquier hombre que esté inmerso en el mundo moderno. Este potencial que posibilita la unión de pueblos, ciudades y países en tiempo real, ha venido acompañado de muchas de las más dramáticas consecuencias que están minando la interioridad del ser humano, como son la pérdida de profundidad en la reflexión, las prisas por acapararlo todo en el menor tiempo posible y, por supuesto, la falta de silencio que es la clave esencial para comprender la superficialidad a la que nos hemos acostumbrado a vivir.

La cultura moderna nos tiene demasiado acostumbrados a la comunicación verbal, escrita u oral, marginando por desgracia el lenguaje callado de los símbolos, de los gestos y las miradas. Sin silencio, exterior e interior, no es posible el encuentro sincero, veraz y valiente con uno mismo y, sin eso, la vida nos resbala por la piel como la lluvia torrencial que moja pero no empapa la tierra, y no hace sino provocar estragos irreparables para el hombre y la propia naturaleza. 

En el silencio, la palabra puede ser pronunciada con autoridad, y escuchada con serenidad. El silencio es el lenguaje de los grandes maestros de todos los tiempos de la espiritualidad universal, y necesitamos que vuelva a recuperar el lugar que le hemos arrebatado para reemplazarlo por el flujo inmisericorde de palabras vacías, y a menudo mal sonantes, que no han hecho sino embotar el espíritu del hombre interior. 

En cada silencio existe una manifestación de la verdad que nos rompe por dentro, posibilitando que surja la secreta humanidad que configura la autenticidad de cada persona. Saber callarse a tiempo es cosa de hombres libres, que no temen a la verdad, porque las palabras disfrazan engaños y mentiras artificiales. Por esta razón, las únicas palabras que merecen existir son aquellas que pueden superar en calidad y expresión al propio silencio. 

A cada palabra que voy escribiendo, no voy dejando de preguntarme, si ese término o esa frase son mejores que el propio silencio que las tenía ocultas hasta entonces. Y, si es así, entonces las escribo y les doy forma, porque no pueden permanecer calladas. En estos escritos que a partir de hoy vamos a compartir, voy a plantar mi tienda junto a ti, amigo lector, para mirar con ojos de cantor los detalles pequeños que configuran el inmenso escenario del universo de la imaginación y de la fantasía. 

Decía Juan Rulfo que "todo escritor que crea, es un mentiroso; la literatura es mentira, pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación". A todo peregrino de la vida que se pase por aquí le ofrezco el pan y la sal y le invito a que se siente conmigo a mirar la vida y a conversar a corazón abierto, abriendo el libro de la sabiduría, que como manantial de agua fresca nos lleve lejos a océanos inciertos de profundidades inabarcables, donde late el corazón del misterio que permite que nos unamos sin balizas ni cerrojos. 

Prefiero decir que soy un peregrino a afirmar que soy un vagabundo. El vagabundo no tiene meta ni destino; el peregrino sabe de dónde viene y a dónde va. El camino del peregrino es mediación para purificarse y dejarse transformar durante la marcha, antes de alcanzar su meta. No me gusta caminar solo, por eso te invito a que vengas conmigo y juntos lleguemos tan lejos a como la fraternidad y la complicidad de estas páginas nos lo permitan. 

Fausto Antonio Ramírez

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