jueves, 24 de marzo de 2011

La fructuosa

Cinco años habían transcurrido desde que el coronel Solórzano asumió el poder de toda la comarca, tras un golpe de estado cruento y sin parangón, en la larga historia de enfrentamientos y codicias que venían asolando la región desde tiempos inmemoriales.

Después de tres días de luchas, el pueblo de Malpartida de Rozas se rindió a sus pies, deshecho por la descarnada embestida a la que no pudo responder por agotamiento y pérdida de innumerables vidas que se entregaron en delirio oblativo hasta sus últimas consecuencias.

Aterrado y abatido por el hastío de una defensa que acabó en derrota, en Malpartida se impuso un régimen dictatorial que aniquiló de raíz todo viso de libertad y expresión valiente por vivir con el mínimo de dignidad, al que un hombre en este mundo puede aspirar, para no ser comparado con un animal.

No hubo compasión en ningún sentido, y toda iniciativa, del tipo que fuera, fue literalmente disipada por orden y mando del coronel Solórzano que no puso obstáculo alguno a que se acabara con cualquier intento de sublevación y de protesta ante su forma y manera de imponer la ley.

Una ley que él mismo estableció a su propio antojo para beneficio y consuelo, siempre insatisfecho, de su propia persona y de su familia que, junto a él, se erigió en grupo selecto, de derecho divino, dispuesto a ser servido en todo lujo y caprichos por un pueblo humillado hasta el extremo.

Fueron años muy duros para la vida de todos los vecinos de Malpartida. El coronel Solórzano impuso un tributo equiparable con el diezmo eclesiástico de siglos atrás, que todo honrado trabajador debía pagar después de cada cosecha o fruto recogido según la época del año.

Los habitantes de Malpartida de Rozas vivían atemorizados, inmersos en sus trabajos que a penas les llegaban para mantener a sus familias. Si algún año la cosecha era abundante, por decreto de la máxima autoridad del pueblo, se requisaba una cantidad superior al diezmo, dejando de nuevo a las familias bendecidas por la tierra en una situación lastimosa que fue generando odio, desprecio y enemistad hacia la persona del coronel, siempre parapetado tras los muros de su ostentosa vivienda, donde vivía a buen recaudo junto con toda su familia.

En medio de aquella situación de escarnio e injusticia social, despertó un hombre bueno y justo que ante la imposibilidad de enfrentarse con éxito al poder impuesto por parte del coronel, decidió hacerse uña y carne con sus convecinos para poder salir adelante del horrible sometimiento al que a diario estaban expuestos todos.

Se llamaba Ayuso Benarro, y fue uno de los últimos habitantes de Malpartida en instalarse a vivir en el pueblo. De vocación errante, Ayuso había recorrido medio mundo junto a su mujer, Ricina Mortero, de la que estaba profundamente enamorado y quien era para él su razón última de vivir. Hacía más de diez años que se afincaron en una pequeña hacienda a la salida del pueblo, dedicándose a la ganadería y a algunas labores de labranza.

Cuando se impuso la dictadura, parte de sus tierras le fueron arrebatadas y más de la mitad de su ganado se lo quedó el coronel. Sin embargo, con dos vacas, unas cuantas cabras y unas pocas gallinas en el corral contiguo a la vivienda, lograba mantenerse a flote con su mujer y su hijo que aún era un infante.

(Extracto del cuento "La fructuosa" del libro Cuentos para el Alba).

Fausto Antonio Ramírez

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